Para el genial Georges Duhamel, médico, escritor y poeta parisino, “el Mediterráneo acaba donde el olivo deja de crecer”… Pero el célebre autor de Crónica de los Pasquier, se quedó un poco corto y no contó con la pasión, el esfuerzo y la dedicación de hombres como Antonio Brenes Ureba, quien ha logrado que el Mediterráneo se extienda hasta la Finca la Caballería, en el pago Benitos del Lomo de El Palmar. Allí, desde lo alto del cerro del Hinojal, su olivar absorbe la fuerza del levante, suspira la esencia húmeda y salada del embravecido y cercano océano, y crece, mimado y consentido, por encima de un horizonte en el que se asienta la vista de un paisaje sin igual con Conil a su derecha, Vejer a sus espaldas, el Atlántico al frente, y en días claros, coronado con la histórica y ducal figura de Medina Sidonia en lontananza.
No pienso en la rentabilidad, sólo pienso en lograr la mayor calidad posible. Me interesa el producto, el resultado, la excelencia"
Duhamel fallecía en 1966 cuando aún esa finca estaba en manos de la familia de los Ureba, pasando de generación en generación. Unas tierras de secano dedicadas durante décadas al cultivo de cereales como el trigo. No fue hasta el año 2008 cuando daba comienzo una aventura cuyos frutos ya son más que evidentes y van más allá de la creación de un magnífico aceite de oliva comercializado bajo la marca Oleo Conil… y es que desde el pasado año se alza entre los olivos y abre sus puertas el Centro de Interpretación Mare Oleum, mientras que a partir de esta próxima cosecha también comenzará a funcionar una almazara ecológica.
Del mar a la tierra
Lo primero que llama la atención es la cercanía de la playa, con el Palmar y Castilnovo descansado a los pies del olivar. “Lo normal es que los olivos se siembren en zonas del interior como ocurre en Jaén, Córdoba o Granada. Aquí en la provincia de Cádiz están en la Sierra. Y es que las tierras más fértiles siempre se han dedicado al cultivo de cereales mientras que las menos fértiles y más difíciles de labrar, al olivar”, nos explica Antonio Brenes, un hombre que logra lo que se propone y que es “entre otras muchas cosas, ingeniero técnico agrícola (al igual que sus hermanos)”, aunque antes probó la mar tras licenciarse también en Ciencias Náuticas… pero “no era para mí”, algo que supo tras recorrer Centro América en aquellos años que estaba azotada por un sinfín de revoluciones y contrarrevoluciones. “Observé que la vida no valía nada. Contemplé la pobreza en toda su crudeza. Me percaté de la realidad del mundo y decidí que tenía que cambiar la mar por la tierra”.
Como ingeniero agrónomo trabajó, entre otras empresas, para la Cooperativa Nuestra Señora de Las Virtudes, al tiempo que puso en marcha junto a Lola Caro el Hotel Almadraba en Conil de la Frontera. Con la vida resuelta, el matrimonio fijó la vista en la citada finca familiar que como el resto de explotaciones sufrió, a finales de la primera década del presente siglo XXI, “un año malo, muy malo para el cultivo de cereales y oleaginosas (girasoles, trigo duro) en la campiña. Los precios estaban por los suelos, el campo era un desastre y era imposible que una familia pudiese vivir del mismo”.
Ese pésimo año para la campiña se conjugó con una curiosa observación. “En nuestro hotel (gestionado junto a Lola Caro, su esposa, cuyo “apoyo ha sido fundamental” en su inmersión en este proyecto centrado en el aceite de oliva) la gran mayoría de la clientela es alemana y prácticamente todos tenían en su habitación una botella de vino y otra de aceite. Pero no un vino o un aceite cualquiera, sino de calidad y eso nos llamó la atención y nos planteamos la pregunta ¿por qué no sembramos olivos y así le vendemos un buen aceite a estos señores y cerramos el círculo al tiempo que conseguimos que la finca sea rentable? Así surgió esta idea”, rememora Antonio Brenes quien le dijo a Lola que sembraría “unos cuantos olivos (risas) y claro, cuando vio el tráiler con 2.500 árboles se echó las manos a la cabeza”.
“No sabía nada de olivos”
Olivos que, casualidades de la vida, compró en un vivero del municipio sevillano de Brenes, con el que desde entonces comparte mucho más que el apellido. Esos primeros árboles, de la variedad arbequina, “los plantamos en medio del trigo y cuando los vecinos de El Palmar lo vieron pensaron que se nos había ido la olla”. Una reacción que no es descabellada porque no solo rompía con todo lo que allí se sembraba, es que el propio Antonio reconoce que “no sabía nada de olivos, lo que había dado en la carrera y poquito más”, ya que en sus trabajos como ingeniero técnico agrícola se había centrado en cultivos de secano, extensivos y hortícolas… “esto fue una aventura” basada “en prueba y error, a base de pegarme un trompazo, caer, levantarme y seguir” porque, tras pedir consejos enseguida se dio cuenta que “aquí de olivares nadie tenía ni idea. Te daban un consejo para volverte a equivocar y este proyecto (centro de interpretación incluido) quiere evitar eso, quiere que quien quiera adentrarse en este mundo no tenga que recorrer dos veces un camino que ya he hecho yo”.
Volvemos a ese año 2008 cuando tras encargar un año antes al vivero los olivos, éstos llegaron a la finca con el “grosor de un boli Bic y unos 80 centímetros de alto” dispuestos a sobrevivir al levante, como así lo han hecho gracias al uso de unos tutores más resistentes y grandes que los normales. Cuatro años después, en 2012, llega una primera producción “pequeñita”, que dio paso en 2013 a la que considera su primera cosecha y el primer gran éxito de su proyecto, de su sueño.
Aceite, luz y temperatura
Proyecto y sueño no exentos de piedras en el camino. Piedras que Brenes aparta gracias a su inteligencia, su esfuerzo, su tenacidad y a la experiencia que adquiere tras “cada error”. Piedras que siempre aparecen en los caminos que conducen a la excelencia. Y es que, como ocurre en muchos ámbitos de la vida, todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
Por ejemplo, “estamos en la Costa de la Luz, cerca del mar. La aceituna madura por la luz y la temperatura, que aquí es muy estable, sin muchas fluctuaciones entre el día y la noche, lo cual es una ventaja. Pero el hecho de contar con una temperatura media por encima de los veinte grados durante todo el año, también es ideal para que la mayor plaga que sufre este cultivo, como es la mosca del olivo, campe a sus anchas. En Jaén ni se trata, pero aquí, si te descuidas, se lleva la cosecha entera”.
A ello hay que añadir que hablamos de un cultivo totalmente ecológico, por lo que no puede usar pesticidas químicos. “Y con el agravante que en esta zona hay muchos acebuches, que se usan para dar sombra al ganado y para marcar las lindes, con lo que nadie los trata y son el reservorio donde cualquier plaga se reguarnece”.
Para evitar la plaga, Antonio Brenes, a base de su fórmula “prueba, error, experiencia y mucha lectura”, usa una trampa tipo Olipe, “inventada gracias al ingenio de un socio de la Cooperativa Olivarera Los Pedroches en Córdoba”, basada en una botella transparente que “colocamos a mano, antes de mayo, en cada árbol. En algunos incluso ponemos dos o tres”. Dentro de esa botella hay una mezcla de agua y fosfato diamónico, aunque también se usa vinagre o feromonas. La idea es que ese compuesto para abono y fertilizante sirva de atrayente para la mosca, que se cuela en la botella “a través de uno de los agujeros realizado con una broca de cinco milímetros”. E insiste, de cinco milímetros, porque “de cuatro, no entra, y de seis logran salir”. Ya saben, prueba, error, experiencia y mucha lectura.
Y antes de mayo deben estar todos los árboles protegidos. “Si tardas estás perdido porque ya tienen encima la primera generación de moscas del olivo y ya no te la quitas de ninguna manera”.
Además, recuerden, “estamos en la Costa de la Luz, con lo que a primeros de octubre las aceitunas ya estaban en envero (proceso en el que la aceituna pasa de ser verde a negra, es decir, adquiere tonos violáceos)”, es decir, justo en el punto perfecto para ser recolectadas ya que su contenido “en aceite es el máximo debido a que el proceso de lipogénesis (proceso químico natural a través del cual se sintetizan los ácidos grasos en el interior de la aceituna, generando triglicéridos o grasas de reserva a partir de moléculas de acetil CoA) está ya a tope, mientras que los polifenoles, unos potentes antioxidantes muy beneficiosos para la salud, están a niveles muy altos”.
Fuente: VivaConil